Tuesday, March 06, 2007

“Creo que es el temor a la muerte lo que, de manera determinante, me ha lanzado a la escritura”

Orlando Mazeyra (Arequipa, 1980) hace su debut literario con un sugestivo libro de relatos llamado Urgente, necesito un retazo de felicidad. En los textos de Mazeyra están rubricados dos componentes esenciales que todo aquel que quiera ser escritor debe tener: talento y formación.
Entrevista de Gabriel Ruiz-Ortega
Los cuentos que dan forma a tu primer libro ya han aparecido en otras ocasiones. ¿Cuánto tiempo te deparó la concepción en formato de libro?

Bueno, cada vez que termino de escribir una historia, hay algo en mi interior que me invita a deshacerme, a liberarme de ella; quizá por eso, desde que empecé a escribir, adquirí la costumbre de, una vez finalizadas, desperdigar mis historias en diversas páginas literarias de internet: la revista El Hablador, por ejemplo, albergó a uno de mis primeros relatos ("El diccionario de los recuerdos", que, curiosamente, no aparece en el libro a pesar de ser uno de los que más estimo); el Proyecto Sherezade tiene un par de mis narraciones (pero me costó un triunfo publicarlas porque cuenta con un comité de lectura bastante exigente); Letralia, el Proyecto Quipu de Gustavo Faverón y la bitácora Gambito de Péon de Ricardo Sumalavia son, entre otros, los sitios virtuales en donde he publicado algunas de mis historias.

Leyendo tu libro es evidente que el desamor y el amor son los dos grandes temas de "Urgente: Necesito un retazo de felicidad". ¿Concuerdas con mi apreciación o hay otro tema saltante?
En verdad, no sé si el amor y el desamor son los grandes temas de mi libro, quizá todavía no me he percatado de ello. En todo caso, sí son dos temas que me asedian constantemente: he escrito acerca del amor sin conocerlo, y he escrito sobre el desamor estando enamorado, o creyendo estarlo. Pero la Muerte es, si no el que más, uno de los temas que más me persigue. En el cuento "Ella siempre está", por ejemplo, el título habla de la Muerte y su de su presencia permanente en mi vida. La Muerte es, también, el tema central de uno de los microrrelatos del libro: "La Talega".
Creo que es el temor a la muerte lo que, de manera determinante, me ha lanzado a la escritura. Yo, al igual que el maestro Onetti, cuando era todavía un muchacho tuve un descubrimiento terrible; descubrí que todas las personas que yo quería iban a morirse algún día, de esa impresión no me he repuesto todavía. Por suerte, ahora puedo abrir el primer ejemplar de mi libro, que salió hace pocos días de la imprenta, y en esas páginas encuentro -más que frases elaboradas o historias memorables- una victoria simbólica: mi revancha ante la muerte... mi primera revancha, porque, sin duda, vendrán más. Puedo morirme mañana pero quedarán mis historias, invictas, esperando a un lector que talvez no llegue... pero si llega le habré ganado otra vez a la muerte. Lo que trato de decir es algo que ya dijo en alguna ocasión Reinaldo Arenas: la muerte siempre ha estado muy cerca de mí; ha sido siempre para mí una compañera tan fiel, que a veces lamento morirme solamente porque entonces talvez la muerte me abandone para siempre.

En el cuento Ella se sabe gorda proyectas un tema muy poco tocado en narrativa últimamente, o sea, la superficialidad. ¿Te fue difícil abordar un personaje femenino?
Vivo rodeado de mujeres, eso me ayudó no sólo a construir el personaje, sino a convertirme en una obesa mientras, palabra por palabra, le daba vida a la historia. "Ella se sabe gorda" es un relato que tuvo un encaminamiento muy especial. Cuando terminé de escribirlo, lo publiqué en mi blog y recibí comentarios de mujeres que habían tenido problemas con la bulimia y la anorexia. Me dijeron que había descrito con mucha pericia los días de sufrimiento de las muchachas que tienen este tipo de problemas. La historia cumplió su objetivo. Tocó la fibra más íntima de mis lectoras, y la más aguda de ellas me hizo notar algo interesante: el contraste que le había dado a la historia entre el párrafo del principio, que tiene una nota de esperanza, y el del final, que termina en un quejido desanimado. Ella me dijo que había logrado captar perfectamente la amarga frustración, tan pocas veces comentada pero tantas veces sufrida, de aquellos que van de dieta en dieta y esfuerzo en esfuerzo, sabiendo que todo es inútil, ya sea por su propia falta de constancia y entusiasmo o por la inevitabilidad de su constitución.
Sabes que la literatura canibaliza la realidad. La experiencia de vida ¿cuánto ha jugado, por ejemplo, en un cuento como Mi primera flaca?
Te confieso que mis cuentos más autobiográficos -"Descubriendo la secundaria" o "¿Conoces a Marcial Mena?", por citarte sólo dos ejemplos- han quedado relegados, es decir no forman parte del libro. Y no por una decisión mía; fue mi editor, Max Palacios, quien seleccionó sólo doce de los casi veinte relatos que tenía inicialmente mi manuscrito. Yo creo que esto no hace más que certificar aquella aseveración de Vargas Llosa acerca de las ficciones mejor logradas: el escritor cumple su cometido cuando, al leer la historia, le cuesta reconocerse en ella... le cuesta mucho, o simplemente no llega a reconocerse en ella. Yo canibalizo, me sirvo de la realidad, y empiezo a trastocarla en absolutamente todas mis historias (y "Mi primera flaca" no puede ser la excepción). El personaje juega a enamorarse de la hetaira que lo desvirga. ¿Eso me pasó a mí? Creo que mi respuesta carece de importancia. Me basta con decirte que te dejaría una lista muy larga si empiezo a recordar a toda la gente que alguna vez se ha enamorado de una puta (y la lista sería más larga aún si hablamos de la gente que se ha iniciado en un prostíbulo).
Desde tu punto de creador, ¿consideras a Todo comenzó en la universidad como el relato más ambicioso del conjunto? Es indefectible que estamos ante una novela corta.
Desde luego. En sus albores, "Todo comenzó en la Universidad" quiso ser una novela de largo aliento. Quise narrar dos historias alternas que, al final, se abrazarían en el último capítulo. Una historia estaría ambientada en Lima y la otra en Arequipa. No bien empecé a escribirla, me percaté de que tamaña empresa me iba a tomar demasiado tiempo. Dudaba, y si no dudaba, entonces me cuestionaba. ¿No era mejor, para un recién iniciado, empezar escribiendo relatos cortos?
Por esos días me encontré con una convocatoria para un concurso nacional de cuento organizado por la Universidad Pedro Ruiz Gallo de Lambayeque. Ese concurso sacudió todas mis dudas, me despabiló. Estaba contra el tiempo, sólo me quedaba elaborar una novela corta y enviarla al concurso en cuestión. Así nació "Todo comenzó en la Universidad". Yo necesitaba con suma urgencia que alguien me dijera que tenía una pizca de talento. Por eso, las clases universitarias ocuparon un segundo plano, pues yo pasaba todo el día en mi habitación, perfilando mi historia. Apenas la terminé saqué tres copias que ese mismo día envié inmediatamente a Lambayeque, el original se quedaría conmigo. Temí que alguien en mi casa descubriera mi manuscrito: nadie podía leerlo. Para evitar que alguien me descubriera decidí robar uno de los títulos iniciales de "La ciudad y a los perros" a Vargas Llosa: "Los impostores". Y como autor puse -gran atrevimiento el mío- a Oswaldo Reynoso, quien, a la postre, sería, junto a Oscar Colchado, uno de los jurados del concurso.

La soledad es otro de los temas subyacentes en este libro. Este se hace notar con fuerza en el cuento que da título al volumen.
A veces la soledad es el mejor pretexto para ponerte cara a cara con tu propia infelicidad. Siempre digo que ese cuento es otro fallido intento por concebir la felicidad (sabiendo que es su eterna ausencia la que azuza mi pluma, la que me permite inventar historias). Lo cierto es que lo escribí de un tirón luego de encontrar un retazo de tela envuelto en un periódico viejo. Los dos primeros lectores del cuento reconocieron en él a un par de influencias que todavía no llego a percibir: Benedetti y Ribeyro. Luego lo compartí por correo electrónico con el Eduardo González Viaña y con Julio Ortega. A ambos les había gustado mucho mi relato. Fue una experiencia edificante: mi propia infelicidad me había permitido elaborar una historia digna de ser leída. Cada vez que la releo descubro un nuevo retazo... uno de esos retazos que necesito de cuando en cuando para soportar la realidad.

¿Apuestas por el minimalismo? Noto que tratas de condensar todas las acciones posibles en frases cortas y precisas.
No. Las etiquetas y las clasificaciones no me interesan en lo más mínimo. Soy uno de los convencidos de que el escritor debe apostar por una literatura que renuncie a todo tipo de taxonomías. Un objetivo harto difícil pero, al menos para mí, necesario. ¿Y qué pasa si me encasillan? No te queda otra que patear el tablero con la ayuda de tus nuevas producciones.
Apostar por una tendencia no es etiquetar, las taxonomías son otra cosa, sin embargo, me interesa mucho saber quiénes han sido los autores que de alguna manera han influido en este trabajo.

Me gustan Sábato, Loayza, Ribeyro, Benedetti, Coetzee y Camus; pero como lector me inicié con algo corto del Gabo y con una novela de Oswaldo. Con "El coronel no tiene quién le escriba" descubrí que la mierda -hablo de esa palabra y de su significado- puede convertirse en un final memorable, y con Reynoso empecé a dudar de Dios y también de lo que me decía mi madre acerca del sexo y del placer. No fue una experiencia muy grata el convencerme de que En octubre no hay milagros...pero, por suerte, sí hay orgasmos... y, si uno quiere, no sólo en octubre, sino todo el año.
Aunque en mis cuentos no se note -o quizá sí- creo que soy más hijo de El Rosquita que de Zavalita; pero la literatura de Mario Vargas Llosa me ha nutrido de un manera tan determinante que, para mí, no tiene parangón en mi panteón literario privado. Nunca voy a olvidar el día en que me enfrasqué, por primera vez, en la voraz lectura de un mastodonte vargasllosiano: "El pez en el agua", recuerdo que las páginas se agotaban irremisiblemente, pero las coincidencias crecían. Y llega un momento en que la admiración se agiganta tanto que se transmuta en un desbocado afán de peregrina emulación. Alberto Fuguet dice que él cree en las obras que le hicieron tener fe, que le hicieron creer que él también podía, que no estaba solo, que allá alguien afuera se parecía a él. Bueno pues, resumo todo en una oración: si hay alguien en el mundo que me hizo creer que yo también podía, ése es, sin duda alguna, Mario Vargas Llosa.
¿Qué tal la experiencia de publicar tu primer libro con Bizarro Ediciones?
Una experiencia altamente recomendable para todos aquellos autores noveles que buscan una nueva alternativa en la movida editorial limeña. El editor de Bizarro Ediciones, Max Palacios, es una persona que sabe hacer las cosas, y tiene un plus: antes que editor, es también un escritor que ya cuenta con varios libros en su haber, cosa importantísima. Te cuento que hace unos días atrás, Oswaldo Reynoso recibió uno de los primeros ejemplares de mi libro de cuentos, y lo primero que me dijo fue que la edición le pareció hermosa y que Max se merecía un gran reconocimiento. Y yo estoy totalmente de acuerdo.

¿Cuál es tu próximo proyecto narrativo?
Estoy intentando escribir un texto de largo aliento que provisionalmente he titulado "Todos somos mentiras". Pero la narrativa corta siempre me persigue, así que seguramente seguiré publicando cuentos, el último de ellos acaba de aparecer en un blog literario.

4 comments:

jocho said...

bueno, primero que nada vas a disculpar que haya podido asistir a la presentación, quería ir con mi amigo pero tenia que ir por él y no pude llegar a tiempo

que tengas muchos exitos en adelante

saludos!

Anonymous said...

Bonito mensaje fuerte. Nunca pensé que era tan fácil. respetos a usted!

Anonymous said...

Sólo quiero decir lo que es un gran blog ha llegado hasta aquí! He estado alrededor durante bastante tiempo, pero finalmente decidió mostrar mi aprecio por vuestro trabajo! Pulgar hacia arriba, y mantenerlo en marcha!

Orlando Mazeyra Guillén said...

Gracias por el comentario. Visite:

www.orlandomazeyra.blogspot.com